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Primeras lecturas

  • Foto del escritor: La tía Blasa
    La tía Blasa
  • 14 sept
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 15 sept

La primera vez que fui a Japón fue a través de la lectura. Recorrí las historias narradas por otros, a la vez que imaginaba qué podría significar haber nacido al otro lado del mundo*. La segunda vez me presenté allí: caminé por sus calles, degusté su comida, me zambullí en su mar. 


Los días en aquel territorio tan lejano fueron sorprendentes y deslumbrantes. Todo atrapó mi atención. Desde el respeto que percibí por los otros en ciertos espacios públicos**,  hasta la perplejidad que sentí al encontrarme a oscuras, y sola con mis pensamientos, al atravesar un Kaidan Meguri*** en el que no vi nada, como es esperable. Nada de nada. Ni la palma de la mano delante de mi nariz. Entonces pensé: ¿esto qué es? ¿qué hago acá? 


Entendemos el mundo a través de nuestro filtro, y el mío en aquellos días (a fines de junio de 2025) fue tiñéndose de belleza y delicadeza, y de extrañezas como la de atravesar un túnel a oscuras, y de las otras que hallé en: 


  • el campo de musgo del jardín Kenroku-en (Kanazawa) después de una mañana lluviosa, 


  • los coloridos cuencos en los que se sirve el arroz blanco y la sopa de miso, 


  • la esponjosidad al pisar el suelo de tatami con los pies descalzos en un ryokan de Obusen, 


  • una familia de monos cuidando a sus crías en Monkey Park, 


  • el agua que atraviesa una caña de bambú hasta caer gota a gota sobre una piedra,


  • el inspector de trenes que saluda con gesto amable aún cuando nadie lo ve despedirse, 


  • la mirada de adiós de un jovencísimo monje budista después de regalarme un chocolate relleno de matcha en Koyasan,


  • el aleteo de un par de libélulas rojas sobre un estanque o en el zigzag de las carpas (blancas, azules y naranjas) que nadaban en esas mismas aguas en Naganachi el “Distrito de los Samurais” en Kanazawa. 


En aquellos días a comienzos del verano boreal, aunque no todo fue tan armónico como te lo cuento, sentí que el mundo irradiaba paz. Elegí apreciar la calma, tan profunda, que en ciertos momentos hasta me resultó incómodo no saber cómo estar a la altura de tanta gracia divina. Después recordé que toda luz trae sus sombras y algo se acomodó en mi. 


Hoy, aquel tiempo recorriendo ciudades del futuro y pueblos antiguos, me parece lejano otra vez. Sin embargo, cultivo en mi interior dos deseos muy concretos, que voy cumpliendo de a poco, y que son consecuencia de este viaje: 


  1. Releer mis libros sobre Japón: un ensayo, tres novelas, una novela gráfica. Dos escritos por occidentales y los otros tres por autores nipones.****


-“Hiroshima”, John Hersey.

-“El viaje”, Agustina Guerrero. ✅

-“El elogio de la sombra”, Junichiro Tanizaki.

-“Hay quien prefiere las ortigas”, Junichiro Tanizaki. ✅

-“Tokio blues (Norwegian Wood)”, Haruki Murakami.


  1. Apropiarme de todo lo bueno. Memorizar una oración que me repito como un mantra y que la comparto contigo como un regalo


“Que la delicadeza y la belleza acompañen tu camino, que tus sentidos no se adormezcan, que no pierdas nunca (y que la protejas) la capacidad de percibir los detalles, que en lo mínimo aprecies la grandeza que eres y la que te rodea”. 


¡Kampai! 




* Cuando tuve esta idea todavía vivía en Uruguay, con lo cual es lógico tener esta perspectiva geográfica, ¿cierto?


** Ejemplo 1: en el transporte me resultó fascinante que nadie llevara los altavoces de sus celulares en alto. | Ejemplo 2: en los baños públicos que están impolutos, y eso es gracias a los servicios de limpieza y a las usuarias que piensan que alguien vendrá después de ellas y los dejan tal cual lo encontraron.  


*** Pasaje o túnel en algunos templos budistas japoneses como el de Zenkoji en Nagano. 


**** Tengo dos títulos a la vista: “Hôzuki, la librería de Mitsuko”, de Aki Shimazaki ✅ y el bestseller, “Te receto un gato” de Syou Ishida. 




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